En este caso se trata de un pino piñonero (Pinus pinea), y el trabajo efectuado en él este año se basa precisamente en no realizar ningún trabajo, en tener paciencia y esperar hasta que pude comprobar que se ha recuperado de un transplante verdaderamente traumático.
Se trata de uno de los primeros árboles que planté con la intención de, según los conocimientos de aquella época (hace más de un cuarto de siglo, posiblemente casi treinta años), crear un "bonsái"... iluso de mí...
Ya lo había presentado más veces, como también la primera fotografía que conservo, de agosto del año 2007. Llevaba en la misma maceta más de diez años...
Transplantado a otra maceta de plástico a comienzos de 2008, tampoco se transplantó y las actuaciones que hice sobre él fueron erráticas: un día doblaba en una dirección y otro día en la otra, como quien dice... En abril del año pasado (2012) así estaba
Y en julio también del año pasado
Un futuro diseño que había adelantado en otra entrada anterior se basaba en la supresión de la parte superior del pino
Con esta imagen en mente así lo llevé a cabo a finales del año pasado, dejando un jin en lugar del antiguo ápice.
Y en marzo de este año me decidí a transplantarlo en condiciones después de tantos años. Lo que encontré fue tan desastroso que ni fotografías me animé a tomar, pues ya daba por perdido el ejemplar. Unas raíces larguísimas, de más de metro y medio se arremolinaban en el fondo de la maceta, sin ninguna ramificación por donde poder reducirlas, y la zona próxima al tronco ya no era tierra, era una masa compacta y casi sin aparato radical.
De perdidos al río, me dije. Lo primero, meter tijera y cortar aquellas raíces tan largas, con lo que me quedé con poco más que un puñado de tierra alrededor y debajo del tronco. Por si fuera poco el tremendo recorte de raíces, las lave de toda la tierra vieja y transplanté el pino a raíz desnuda en una maceta nueva, pero que se había manchado de sulfocálcico, ya que suponía que no iba a superar estos trabajos. Intenté sujetarlo a la maceta con unas hembrillas metálicas, pero no era suficiente, por lo que tuve que utilizar cuerdas atadas a algunos jines del tronco para que se moviese lo mínimo posible.
Lo único que hice durante un par de meses fue tenerlo arrinconado en una esquina de la terraza en la que no le daba el sol directo, y pulverizaciones periódicas de glucosa y aminoácidos... y a aguardar el que suponía fatal desenlace.
Pero no sucumbió. Tengo que darle la razón a mi abuela que decía que los pinos agarraban muy bien, que no había problema con ellos... o eso o la suerte del principiante.
A fecha de hoy puedo plantearme un futuro para este antiguo pino que durante casi tres décadas me ha acompañado, y espero que lo haga durante bastantes años más.